- ¿Perdida? Quizás, el algún momento, pero ahora no. Sólo un largo rato lo estuvo, caminando sin rumbo, divagando en esas tierras sin nombre, esos bosques que ella creía vírgenes. Ahora ya no estaba perdida... El olor a sangre y putrefacción eran sin duda tentadoras, y la calidez que emanaban los cadáveres le envolvían en un capullo que le arrastraba hasta donde se encontrare el asesino. Caminó, esta vez, con un destino definido, guiada por el hedor. Sus pasos reflejaban el control de su ansiedad: iban veloces, pero controlando la desesperación de ir más rápido. Su rostro estaba asqueroso, toda ella estaba sucia: su pantalón y su blusa negros de combate, sus blanquesinos cabellos de larga longitud, su delicada piel de sicaria... Pero ni la suciedad impedía a la luz lunar iluminar con tanta intensidad la bella fisonomía fémina. Finalmente llegó. Pudo observar con detenimiento, al detenerse, todo el panorama... Era siniestro, macabro, sangriento... Era simplemente encantador. Vislumbró en su fino rostro una sonrisa que más que satisfecha de haber visto aquella escena, esperaba divisar al maldito que ocasionó todo ello. Sabía que él se mostraría, sin duda lo sabía, porque el crujir del pasto había producido un eco casi interminable en el silencio de la noche. Empuñó, como último acto antes de la aparición del desalmado, una de sus katanas, una que tenía la tsuka púrpura, el mismo color del que se teñía el urano al morir la tarde y dar paso al reino de las tinieblas. -